Nadie pudo imaginar lo que es el horror que tuvo que pasar. Nadie pudo suponer lo que iba a ocurrir en Khanduras. Nadie pudo prever lo que significaba aquella niña. Ni tan siquiera su protectora.
Tristán era una ciudad tranquila, hasta que el “Rey Negro” comenzó a hacer su voluntad contra su propio pueblo. Gillian trabajaba en la taberna como camarera para Odgen y su mujer. Su abuela estaba tremendamente enferma y dedicaba casi todo su día cuando no estaba trabajando, en las labores de la casa y sus cuidados.
Gillian era muy bella, resaltaba entre las demás de su edad, lo que hacía que tuviera pretendientes como el joven Wirt. Pero entre miradas clandestinas y la preocupación por la familia, la sombra se cernió sobre Tristán. El miedo se apoderó pronto de la ciudad cuando muchos cayeron bajo el yugo del carnicero en la trampa que tendió Lazarus al pueblo. Algunos intentaron huir, pero a otros les frenó el miedo mayor de lo de fuera a lo de dentro. Algo estaba asesinando a sus vecinos, pero fuera su supervivencia no estaba asegurada. Eran tiempos oscuros y en los caminos había demasiados peligros que intentarían desvalijarte o, aún peor, devorarte.
Fue entonces cuando se juntaron los tres y bajaron al laberinto bajo la Catedral de Zakarum. Nadie sabe que ocurrió allí abajo, pero prometieron que el mal había terminado. Ellos se mostraron distantes, perturbados, no querían relacionarse con nadie, hasta el punto que alguno de ellos abandonó la ciudad antes de tiempo. Gillian desde su puesto de trabajo lo escuchaba y veía todo. La gente solo hablaba de felicidad y celebración pero en sus caras y actos, se seguía viendo el miedo y el sufrimiento.
Cuando cada uno se marchó a su hogar los demonios resurgieron y si no fuera por la bruja, Gillian no lo habría conseguido. La ciudad fue arrasada y por desgracia dejaron atrás a muchos seres queridos muriendo, si no querían ser uno más. La bruja prometió a la muchacha llevarla a Caldeum. Gillian intentaba mostrar entusiasmo, pero no podía dejar de pensar en su abuela, abandonada a su suerte sin poder moverse de su cama.
Un día de jornada y la bruja dijo que sus caminos debían separarse. Gillian comenzó a desesperar, miraba hacia todos lados buscando a qué agarrarse. Maldijo a la mujer por engañarla y por abandonarlos a todos, sacó toda su ira contra ella mientras le gritaba. Finalmente, cuando se desahogó, se hizo el silencio, el cual fue roto por el llanto de un bebé.
“Cuídala” dijo la bruja antes de desaparecer ante sus ojos. Estupefacta cogió al bebé, y comprendió por qué todos hablaban mal de la bruja en Tristán. Solo la quería para su propio beneficio. Pero Gillian siempre fue buena, siempre tuvo un gran corazón, no podía abandonar allí a aquel bebé. El movimiento era vida y es lo que debía hacer. Se preparó para vivir un gran calvario.
Durante meses huyó, acallaba al bebé para no ser encontrada. Comía hojarasca o lo poco que encontraba intentando que no le faltara de nada a la pequeña. Los demonios las acecharon demasiadas veces y Gillian hacía lo posible para que pudieran escapar. Corrieron muchos kilómetros una portando a la otra, se escabulleron entre el sonido de huesos mascar y carne desgarrarse. Se escondieron en los lugares más oscuros y sucios esperando que nada las acechara desde la oscuridad. Pero poco a poco consiguieron avanzar.
Gillian no dormía por la noche, solo podía soñar con demonios devorando al bebé. Había pasado demasiado tiempo con ella, le había cogido mucho afecto. La consideraba ya suya, pero no quería esa vida para su hija. Le daba vueltas al nombre que le había dicho la bruja que tenía la niña, pero no quería pronunciarlo en alto. No se fiaba de aquella mujer ni quería volver a verla. ¿Sería ella su auténtica madre o solo guardaba a la muchacha para algún ritual macabro del que se arrepintió? ¿Quizás los incidentes de Tristán truncaron todos sus planes? Fuera como fuese, había que seguir hacia adelante.
Llegó un momento que ya no encontraban comida. La niña no paraba de llorar del malestar, tenía fiebre. No podía pensar en nada con claridad. El hambre y la fatiga hacían mella en su mente. Solo podía pensar en su abuela, débil, sin poder moverse. Quizás la puerta se rompió o simplemente se abrió en un rechinar lento. Quizás esas bestias entraron en tropel o solo una escalando por el techo sin ser vista. Quizás su abuela vio todo venir sobre ella o quizás tuvo que sentir las garras de esos seres separando la carne del hueso. Podía escuchar los alaridos de su abuela de dolor resonando en su cabeza.
Entonces paró y Gillian abrió los ojos como platos. Intentaban entrar en su cabeza y no sabía quién. Escuchaba una voz que le decía que matara al bebé. Se horrorizó y su mundo se vino abajo. Todo el tiempo que había pasado intentando defender a la pequeña había sido en vano. Su voluntad estaba sucumbiendo, nada es eterno.
Corrió de aquel lugar por si la habían encontrado y en un lugar del bosque que ni ella sabría mencionar, escondió a la pequeña. Huyó con lágrimas en los ojos sin tan siquiera empezarle a doler el pecho por la separación. Corría hacia el monasterio de las Arpías, sabía que no debía acercarse por las historias que escuchaba de los viajeros, pero no le quedaba otra que arriesgar. Buscaría cobijo y seguridad entre las Amazonas, al precio que fuera, y después volvería a por el bebé con ayuda.
La sensación de que iban detrás de ella no desaparecía, hasta que llegó al portón del antiguo monasterio. Golpeó con fuerza sintiendo que eso que la perseguía le daría alcance, pero el silbar de una flecha desde la muralla y el sonido de ella clavarse en su pecho, la hizo recapacitar sobre que algo no marchaba bien en el monasterio, o que las historias eran ciertas. Intentó huir torpemente al escuchar más flechas mientras su sangre iba dejando un rastro. Los rugidos de fuera de la muralla del monasterio, entre los árboles, sonaban demasiado cerca. Ya le habían dado alcance.
Debía alejarlos de la pequeña. Se arrastró por el bosque, hasta caer desplomada entre los árboles. Llena de sangre, faltándole el aire, recordando todo lo malo que había vivido estos días y de cómo no había servido para nada. Sabía que hoy iba a morir y comenzó a sentir cómo algo tiraba de ella hacia abajo. Estaba convencida de que ya estaba muerta, de que la tierra la estaba reclamando. Su herida le hacía ver borroso, pero vio claro mientras se hundía como manos huesudas y pútridas tiraban de ella, desgarraban su ropa y su piel, la hundían en la tierra. Ella gritaba de dolor, de sufrimiento, de agonía y desesperación.
Finalmente la tierra se la tragó y los no muertos hicieron de ella una más. Ahora Gillian vaga por los bosques buscando al bebé. Solo espera recordar aquel lugar, dar con ella para encontrarla… y devorarla.