La República fue establecida el año 509 a. C. cuando el rey fue desterrado, y un sistema de cónsules fue colocado en su lugar. Los cónsules, al principio patricios pero más tarde plebeyos también, eran oficiales electos que ejercían la autoridad ejecutiva, pero tuvieron que luchar contra el senado romano, que creció en tamaño y poder con el establecimiento de la República. En este periodo se fraguarían sus instituciones más características: el senado, las diversas magistraturas, y el ejército. Una nueva Constitución estableció un conjunto de instituciones de control, así como una clara separación de los poderes.
Los romanos sometieron gradualmente a los ocupantes de la península itálica, la mayoría emparentadas con las tribus itálicas, pero también etruscos. En la última mitad del siglo III a. C., Roma se enfrentó con Cartago en las dos primeras guerras púnicas, conquistando Sicilia e Iberia. Después de derrotar a Macedonia y al Imperio seléucida en el siglo II a. C., el naciente estado logra una enorme expansión tanto política como económica, extendiéndose por todo el Mediterráneo.
Mientras, los conflictos entre patricios y plebeyos caracterizaron la pugna política interna durante todo el periodo republicano, solo paulatinamente lograrán los plebeyos la plena equiparación política, aunque no social.
La expansión trae consigo profundos cambios en la sociedad romana. La inadecuada organización política, pensada para una pequeña ciudad-estado y no para el gran territorio que es ya Roma, se hace patente para algunos, pero todos los intentos de cambio son bloqueados por la ultraconservadora élite senatorial. El enfrentamiento entre las diversas facciones produce en el siglo I a. C. una crisis institucional, que conducirá a diversas revueltas, revoluciones y guerras civiles.