La historia de Cáceres está estrechamente ligada a las religiones que convivieron dentro de sus muros. La ciudad acogió tanto a musulmanes como a judíos y cristianos. Todos dejaron su legado cultural y arquitectónico.
‘Cáceres ha sido el lugar en el que se aposentaron lenguas y dioses que unieron a los hombres con la magia. Lo terrenal con lo divino, concebido desde religiones animalistas, politeístas o monoteístas; prerromanos, latinos, árabes, judíos y cristianos aportaron sus vestigios religiosos.’
Los Fratres de Cáceres
Fernando II de León arrebató la ciudad al aventurero portugués Gerardo de Sempavor en 1169. Un año después, la dejó bajo la custodia defensiva de los Fratres de Cáceres, un grupo de caballeros mitad monjes y mitad soldados. Sin embargo, tres años después los almohades asaltaron la ciudad. Los Fratres resistieron durante seis meses hasta que los últimos cuarenta fueron degollados tras defender como último bastión la actual Torre de Bujaco. Se dice que la Orden aún sigue viva, pero es un absoluto secreto.
El Fuero
El Fuero de Cáceres fue otorgado en 1229 por Alfonso IX tras la reconquista de la ciudad. Además de incentivar la repoblación y dictar las normas de convivencia, el Fuero prohibió la permanencia de las órdenes militares y religiosas dentro del recinto amurallado y declaró a Cáceres como ciudad de realengo.
El cristianismo
Es innegable que a lo largo de los años, el cristianismo ha sido predominante en la ciudad. La perduración de muchas de sus iglesias hasta la actualidad es una prueba de ello, como San Mateo, San Francisco Javier, San Juan Bautista y Santiago de los Caballeros.
A un segundo plano pasan ermitas, pequeñas mezquitas y capillas. Pero hay muchos edificios que desaparecieron en el pasado. Edificios de los que quedan pocos restos o solo una sombra de lo que fueron.
«En Cáceres encontramos una mezquita convertida en iglesia y una ermita que fue sinagoga. El inventario religioso de la villa lo componen iglesias, conventos y ermitas camineras que fueron piezas claves para la cristianización de una ciudad que ha sabido conservar el olor y el sabor de su religiosidad. Una religiosidad que cada Semana Santa inunda de tallas y silencios las viejas calles de la ciudad.»