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Diario de un Sin Nombre

¿Cómo se enfrenta uno a un Dios?

 

Esa es la pregunta que nos hacíamos todos estos días, humanos o no. El plan no era malo: dejar que los demonios esos, o lo que sean, hicieran su votación y quitaran a Perséfone su inmunidad. Perséfone llegó en medio de su voto y todo sucedió demasiado deprisa. Ella y ese Lucius desaparecieron por un objeto que desconozco, y nosotros volvimos a la base junto con el tal Gray Spectre, a quien le debo mi vida.

 

He visto muchas cosas a lo largo de los años que llevo con el Jefe, cosas maravillosas y terribles, cosas que harían estremecerse a cualquier hombre, cosas que no se pueden recordar. Pero ninguna se compara a Perséfone destrozando nuestra puerta y entrando, pistola en mano, la muerte acechando en cada pisada y la promesa de dolor en cada palabra. Enfrentarse a ella era inútil, desafiarla un suicidio. Mató a dos de los nuestros entre risas y juegos, mientras esperaba a la caja. ¡La caja! La tenía Amadeo, y por el interés que tenía ella en la caja agradezco habérsela dado. Además estoy seguro de que el resultado habría sido el mismo; el Jefe nos ha protegido de mucho, mediante palabras o hechos, pero esa mujer le superaba como si fuera un niño.

Pero estoy divagando. Mató a Axel y a Pablo, el Jefe y yo recibimos una puñalada en la mano, y obligó a Milena a hacer lo mismo con Héctor. Qué fácil parece ahora describirlo y releerlo, pero vivirlo… Jamás en mi vida, ni en estos dos días, me he sentido tan impotente.

 

El otro vampiro, Gray Specter, aprovechó un momento para arrebatarle el cuchillo a Milena (que raro se me hace llamarla así, aunque la conozca hace dos días) y salir corriendo, y el Jefe hizo lo propio con su pistola. Aproveché para subir al primer piso y bajar por la escala. Ni siquiera noté mi pierna herida, ni mi mano aún sangrante. Los demás seguían allí. No sé si están vivos. Quiero pensar que sí, que de alguna forma la engañaron y huyeron, o que el Jefe los protegió con su vida, pero no confío en ello.

 

Si fuera un hombre religioso, rezaría por ellos, porque estén bien, o porque sus muertes fueran rápidas. Quizá alguna vez lo fuera. Espero que estén vivos, y que los demás consiguiesen acabar con ella, pero no podía quedarme. Les pedí que huyeran, que no se encerrasen sin salida como nosotros. Espero que mi advertencia sirviera para algo. ¿Debería haberme quedado? Sé que sí, que aunque sea un mero humano puedo ser útil, a nuestra manera, pero no podía, no estaba dispuesto a volver a enfrentarme a ese terror, a esa impotencia. La voz de Perséfone es una que no quiero volver a escuchar mientras viva.

 

Escribo esto desde el antiguo piso de la Ravelist, ahora vacío. No me busquéis allí, pues lo abandonaré en cuanto acabe de escribir esto. Cuando caiga la noche trataré de contactar con el Jefe y con los demás, por si por un milagro más allá de toda esperanza siguieran con vida, por si los demás consiguieran acabar con Perséfone. Ella mató horriblemente a cuatro de mis camaradas, y nada deseo más que su muerte.

 

Ahora he de descansar. Espero poder despertar de esta pesadilla. Si vuelvo a ver a mis compañeros, espero que comprendan mis razones para huir y me perdonen. Antes no eran más que un grupo de ovejas sin rumbo, valga la ironía; ahora son mis camaradas.

 

Y no les pienso defraudar.

 

Acero

08-04-2016 09:30 a.m.

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