Para ti, homínido, el mundo tiene una concepción sencilla, pues todo lo que contemplas parece creado a tu medida. A tu imagen y semejanza. Pero no hay nada más alejado de la realidad. Nuestro pueblo se nutre tanto del lobo como del humano, o al menos debería ser así. Y siempre hay cosas que no deberían existir, como los Metis…
La vida de un Garou Homínido podría decirse que no se diferencia mucho de la de un ser humano normal hasta que sucede el Primer Cambio, pero tampoco es cierto. Aunque en apariencia sean idénticos a cualquier otra persona, en su interior bulle el germen de la Rabia desde su primer aliento. El lobo está preparado para ella, el hombre no. Normas, leyes, costumbres, educación… Todo le empuja en una dirección contraria a la que quiere seguir la Rabia. Y lo peor de todo es no saber por qué. No conocer el motivo por el que quiere destruirlo todo y a todos ante la más mínima provocación, real o imaginaria.
Muchos lo confunden con una consciencia social muy despierta, y hasta cierto punto es así. La Rabia se rebela contra todo lo establecido y aceptado socialmente. Los abusos de poder, las injusticias, los contratiempos, el estrés de la vida moderna, la certeza de la insignificancia propia. Todo ello genera una mezcla a punto de explotar. Además, otros seres humanos, sienten a un nivel subconsciente, esa Rabia. Temen al Garou incluso antes de su cambio. Los homínidos viven perpetuamente en el aislamiento de aquellos a los que considera congéneres. Una buena noche, todo explota, y tiene que abrir los ojos a una nueva realidad que choca frontalmente con todo lo que han aprendido hasta ese momento. La Letanía, los espíritus, la Umbra, la guerra, Wyrm…
Suelen sufrir el Primer Cambio durante la adolescencia, entre los quince y veinte años, aunque se dan casos raros de homínidos que cambian mucho más tarde, cosa que normalmente se considera un mal augurio, algo que va en contra de la naturaleza y el equilibrio.