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Fue en el momento en el que Artemis se desvanecía en sus brazos y sólo quedaba la mirada confundida y empañada de lágrimas de Blanca. En ese momento, Caelia notó como algo no iba especialmente bien. Algo dentro de ella se había roto y había empezado a morir. 

 

Otra vez.

 

Los ojos de la trol se inundaron de lágrimas, mientras la agente de policía la miraba sin comprender muy bien que estaba sucediendo, y antes de que pudiera llegar a pronunciar su nombre humano, Caelia se marchó a toda prisa conteniendo un sollozo, para no mirar más a la sombra de su mejor amiga. De su hermana. 

 

 

Tiempos y vidas. Vidas y tiempos. Se entremezclan entre ellos y no se llega a saber del todo qué vida se vive en qué tiempo… Lo que sí se llega a saber, es que toda historia tiene un final. Uno lejano, muy lejano. Pero final, al fin y al cabo.

 

Sonrisa se miró en el espejo. Ya no era joven, si es que en algún momento pudo considerarse así en este milenio. El rostro tenía tantas arrugas que parecía un mapa de carreteras. Los párpados, que antaño brillaban en tonos verdes y dorados, ya solo lucían algunas motas metálicas muy apagadas. El pelo aún era fuerte, solo que ahora era blanco níveo y contrastaba con fuerza con su broncínea piel.
Cuanto más se miraba en el espejo más viejo se encontraba y emitía ligeros gruñidos con cada nueva marca de la edad. Incluso su gesto más característico reflejaba el paso del tiempo, pero no mucho.

 

Alicia terminó sus funciones en la corte o al menos por aquel día, tener una reina que ejerciera sus funciones y no una solo a título conllevaba más trabajo del que recordaba, ahora tenía que ejercer de su paladina de verdad. Vigilar al Sombrerero todas las tardes para que no maltratara a sus empleados y asegurarse de que les dejara irse a su casa a dormir era agotador pero esos cojines tenían que salir adelante, si se cerraba la fábrica como quería la reina se quedarían sin ellos, y esos cojines eran muy bonitos.

 

Pero por fin era la hora del día en la  que Isóptera podía vivir su vida y relajarse un rato en el taller preparando un par de cosillas para el próximo golpe de la banda, si hacía seis años alguien le hubiera dicho que tendría a su lado a amigos, compañeros e incluso pareja les hubiera mandado a la mierda por vacilarla. Pero allí estaba.

 

Aunque nadie sabía la verdad detrás de todo aquello…

 

 

Sentada en su mesa mirando los libros de cuentas, el aire se notaba pesado como su cansancio. Comprobaba los últimos cambios de este nuevo mundo que tenían y miraba los registros. Jarvinia intentaba llenar su cabeza de números pues ya se lo había dicho su viejo amigo: «recuerda que tú solo eres la contable...».
Negó con la cabeza agitando con énfasis la misma para sacar la voz de dentro.

 

Mientras disfrutaba de un relajante baño en el lago, con el viento moviendo su joven y dorada melena, el olor de las flores naturales la relajaban y el agua templaba sus nervios. Una piedra cayó cerca de ella, unos gritos le hicieron girarse.

–Maldito viejo barbudo, estúpido e ignorante. A mí, acusarme a mí.

–¿Quién osa agredirme e interrumpir mi baño? –preguntó Jarvinia.

–Disculpe, mi señora, yo no quería –contestaba con una reverencia para no mirar directamente el nocker–. Yo solo huía para no maldecir en su cara a ese desgraciado e incompetente, que bastante tengo ya.

 

 

“En una tarde oscura y lluviosa, una pareja disfruta de la música rock-metal que suena de fondo en su salón, mientras se abrazan acurrucados en un sofá y arropados por una manta. La tenue luz de las velas y el incienso con olor a vainilla potencian más aún en Binky la sensación de tranquilidad y felicidad. Pero definitivamente, son las caricias y los besos los que lo llevan a otro nivel de felicidad temporal…

- Te quiero – Dice ella, mientras se tapa la boca con rapidez, dando un respingo, como alguien que se acaba de sorprender insultando duramente a su pareja. Binky abre los ojos como platos y busca algo a su alrededor, que parece que no encuentra. Un segundo más tarde, estira su espalda, casi imperceptiblemente encorvada y cambia la expresión de su cara, pasando de ternura jovial a pícara y adusta. Mira de nuevo a los ojos a su acompañante y una media sonrisa burlona denota la llegada de Encéfalo.
- No me apetece discutir ahora – Dice ella mientras se separa un poco.
- No te preocupes, ¿acaso no crees que a mí también me apetece un poco de amor? – dice mientras amplía la sonrisa y deja entrever sus ojos felinos. – Eso sí, tengo que ir a mear – comenta mientras inicia el movimiento sin esperar a ser liberado totalmente del abrazo.

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