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Tranquilamente sentada en la biblioteca, la Sidhe pasa hojas al gran libro que tiene delante. Una muchacha de cabellos de oro que recorren toda su espalda y parte del respaldo de la silla. Se para un momento y mira a través el gran ventanal de vidrieras que tiene enfrente, buscando pensamientos en el infinito. Tiene una tersa piel como la porcelana y sus preciosos ojos azules se pierden entre los colores de la vidriera maquinando algo. Viste un pomposo vestido digno de una corte alemana de la época con gran elegancia.


Por un momento vuelve en sí misma y busca con la mirada alguno de los cuatro libros que revolotean a su alrededor. Lo abre y comienza a ojear mientras el libro empieza a reírse por las cosquillas que le produce el paso de su dedo por las líneas de texto. Ella con el movimiento de sus labios y un leve siseo hace que la risa del libro baje e intente tranquilizarse. Coge una pluma grande de Pavo Real que había sobre la mesa y la hunde en el lateral derecho de la madera, en el cual se puede ver como si algo atravesara una superficie liquida. La pluma sale impregnada en tinta y la mesa después de que sus colores realizaran una leve torsión en torbellino, vuelvan a la normalidad de forma veloz dejando la mesa nuevamente sólida.

La noche está algo encapotada. Del este llega un suave viento con una corrección de dos milimétricamente establecida. Llevo tres días metida en esta zanja, cubierta de nieve y esperando el momento. No me quedan provisiones pero al menor movimiento todo el esfuerzo habrá sido en vano.


Varios animales han pasado por aquí y no han sido capaces de detectarme. Lo estoy haciendo bien. Llevo solo dos años al servicio de la Bestia Roja y la gente no entiende nada.


Salimos en emisoras de radio como héroes, asesinos de nazis y ejemplos a seguir. No ven la realidad. Somos meras herramientas bajo el uso de gobiernos que miran por sus propios y egoístas intereses. He visto cómo no se ha evacuado a civiles por no gastar dinero en ello ni arriesgar recursos o cómo se suicidaban superiores por simplemente fallar una misión.

Un pequeño local de una recóndita calle de la periferia de Berlín. No hay nadie, es aún muy temprano. Un soldado con sus atuendos de gala entra en el local, está algo nervioso, sudoroso. Busca con la mirada hasta topar con el pequeño hombre de mediana edad que hay detrás de la barra. El barbudo se limita a sonreírle y a subirse a su pequeño taburete para contemplarlo mejor. Pronto coge una jarra y comienza a servir en ella de forma alegre y vivaracha:

 

“Oh mira, ¡otro muchacho de los África Korps! ¡Acércate chico! Debes estar sediento.”

 

El muchacho se acerca aflojándose el cuello del uniforme finalmente sonriendo y relajándose un poco ante la afable cara del tabernero. Tranquilamente toma asiento en uno de los taburetes. El tabernero habla demasiado rápido, casi apenas le da tiempo al muchacho a mediar palabra:

 

“Vienes muy solo, ¿y tus compañeros? Vaya, permiso, ¿eh? Es un buen momento para encontrar desfogue en cualquier buena tasca o quizás entre intentar encandilar a una buena chica del lugar. ¿Casado? ¡No me diga más! ¿Y cuatro niños? Ha sido usted bendecido por Dios mi buen soldado.”

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