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Tres hermanas demacradas por el paso del tiempo hablan entre ellas decepcionadas en un lugar no tangible ni reconocible. Están en el limbo. No es la vejez lo que las consume, sino la muerte. Cuerpos en avanzada descomposición, envueltos en viejas túnicas y abalorios de un tiempo atrás, hablan y manejan magia con soltura buscando respuestas a fallos cometidos.

 

Eva, Trivia, Aula, Corvus, Perséfone, Mihaela, Aurelia, Aula, Guiti, Jaelle, Obiecit, Jeremiah, Pandemonium, La Santa… Roma, Toledo, New York, Candem, Los Ángeles, Berlín… Todo da igual. Personalidades o lugares. Las tres discuten sobre el fracaso. Ya nada tiene importancia. El tiempo se acabó.

 

 

 

 En algún recóndito sitio de las calles de Cáceres una mujer llena de dolor escribe una carta a su alrededor la gente reza, y además se corta, y además se quema, y además llora. La gente es feliz así. Así la gente está más cerca de la iluminación. Mientras los latigazos acompañan al rezo nocturno, la señora del Milagro dedica unas palabras a sus seres queridos:

 

 

 

Un piso abandonado de gran espacio en lo alto de un edificio. Un cuarto piso. Inaccesible por ningún lado siendo el más alto de la barriada, del lugar. Una ciudad tranquila cuyo nombre no se puede mencionar. No aquí ni en ningún lugar.

 

Cinco figuras entran al piso, algunos por la puerta disimulando, otros de forma extraplanar por algún medio de poder. Son cautelosos, cubren sus rastros, contienen la esencia del lugar. Tienen poco tiempo, deben darse prisa.

 

“Localizados”

 

 

Libelle observó las llamas como consumían todo su mundo. El fulgor se reflejaba en sus ojos almendrados. Y mientras el fuego reducía la biblioteca hermética a un montón de cenizas sin remedio. Fue entonces cuando se dio cuenta de que si sabía lo que era el amor verdadero. Veronique estaba equivocada.

 

Amor por el conocimiento, por la libertad y el reconocimiento que había encontrado entre esos libros. Sus pequeños amigos muertos gritaban en silencio de forma ensordecedora para ella. De algunos conocía hasta las dobleces que tenían sus páginas y los había amado a todos y a cada uno de ellos. Porque rodeada de esos libros se había sentido segura, arropada, libre. Se había sentido completa. Quiero estar completo.

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