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Nunca entendí tu mundo, pero hice lo posible por hacerlo.” – Jillyan coge aire, su herida en el pecho es profunda, le cuesta respirar.

 

Serví a mi Rey con toda mi fuerza, pero no he sido rival para la adversidad. Me hubiera gustado ver con mis propios ojos Avalon y vivir junto a ti, mi amor.

 

Fui abandonada por los míos en aquel tiempo y tuve que sobrevivir como pude. Intenté lidiar con la corrupción, intenté asesinar a todos los infames, corruptos, abusadores, criminales… No tenía otro fin. Después aparecieron aquellos monstruos que secuestraban gente, que la contagiaban con su ser o los devoraban. Acabé con todos los que pude… Intenté hacer algo bueno. Sus almas y malos pensamientos ahora me persiguen y acosan cada noche.

 

No pude terminar entonces, huimos de aquella tierra y no queda nada en Japón de tu mundo. Hemos huido y vuelto a casa pero… eso me ha hecho más débil. Ellos han muerto y yo debería haberlo hecho con ellos, su historia solo la podrán contar ellos mismos en otra vida. Me arrepiento de mi decisión. Mi deber era medirme con Bel’Maraar… es algo que arrastré en pena estos años.

Al principio solo estaba la Niebla. Era quien se dedicaba a separar lo real de lo imaginario. No siempre llegaba a todos lados para esclarecer por qué los humanos habían visto ese ser, o por qué una experiencia les había afectado tanto a ellos y a sus allegados.



La gente comenzó a hablar de esas cosas raras que veían, que escapaban a ella. Todo se estaba descontrolando. La creadora de la naturaleza dijo que le enviaría ayuda, pero que debía hacerse responsable de sus actos. Ella reflexionó sobre las palabras que le llegaban y decidió encargarse por sí misma del problema.



Sin más, la Niebla pensó y decidió cambiar. En vez de separar lo real de lo imaginario, lo onírico de este plano, decidió hacer olvidar. Así fue como empezó a actuar y a llegar a la mente y a los corazones de todos. Los humanos vivieron felices en la ignorancia, sin saber que nacieron las hadas a raíz de sus sueños. Entre ellas surgieron aún más seres, pues debe haber un equilibrio, pero las hadas se valdrían por sí mismas en este mundo.

El estanque de la pequeña mansión del jardín trasero de la familia Miyoshi. Hace tiempo este era un lugar alegre, en el cual paseaba bastante gente, las plantas estaban extremadamente bien cuidadas y se podía disfrutar de una paz eterna sentado al lado del pequeño estanque de carpas. Todo era perfecto en aquel lugar por la armonía que destilaba. Cualquier Changeling que hubiera tenido oportunidad habría disfrutado enormemente de esa experiencia. No solo eso, lo habría confundido con un feudo.


Todo seguía un patrón, una técnica, una disciplina, una continuidad y el duro trabajo diario. Mucha gente viajaba desde lejos para ver aquel lugar, conocerlo y sentirlo. Pero no todos estaban a la altura de poder entrar en la mansión Miyoshi por el estricto protocolo. Entonces la familia era mucho más numerosa, más hogareña, más abierta a los demás.


Obviamente, el protocolo lo era todo. Así lo fueron enseñando de padres a hijos, así como unas duras rutinas de entrenamiento diario las cuales no solo fortalecerían el cuerpo, sino también el alma. El molde por el cual se identificaba a los miembros de la familia era sin duda inigualable al de cualquier otra.

La guerra fue dura para todos. Inglaterra tuvo una época en la que estaba casi sumida en el caos, las guerras estallaban entre los nobles y el pueblo se removía ante una reforma inesperada propiciada por un rey.

 

Él nació entre nobles, con todas las comodidades. Su mente aspiraba a ser brillante, su porte impecable y su dedicación única. El Sidhe era tan grandioso que su crisálida no se abrió, estalló de todo lo que contenía y podría hacer en esa época.

 

Ella nació entre humildes campesinos con todos los problemas de la vida. Su belleza era excesiva y cualquier hombre se fijaba en ella. Desde pequeña fue codiciada pero tuvo suerte de tener padres humildes y familiares. Su crisálida se abrió de forma violenta mostrando al ensueño que ella había vuelto a esta existencia.

 

Pudo ser la casualidad o el destino de que se encontraran aquel día en aquella plaza. El a caballo y ella de la mano de su madre con una cesta sobre la cabeza. Sus miradas se cruzaron y se sonrieron. Él sabía que ella sería suya y ella que allí estaba su caballero andante.

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