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Caminaba con la habitual solemnidad que le era tan rutinaria ya. El entorno nunca era algo relevante. Eso se lo había enseñado Abuelo Trueno. Hace mucho. Actuar de acuerdo al entorno es como doblegarse ante el mismo. Sólo se hace para engañar a alguien, manipularle, o como estrategia, en la guerra. No se encontraba entre enemigos. No se encontraba en un combate. Por lo tanto su paso era tan solemne como su estado de ánimo. Y sin embargo, se sentía tan nervioso como cuando entraba en combate. Las vidas de otros dependerían de él.

 

A su paso, los nómadas miraban de soslayo. La mayoría no tenían el valor necesario para cruzar su sombra siquiera. Aquél dolor nunca se iría. Recordaba preguntarle a su padre si aquello cambiaba alguna vez. Recordaba buscar una solución, siendo tan impertinente como sólo un adolescente puede serlo. La noche que fue consciente de que estaría apartado del mundo humano por siempre jamás, algo murió en su interior. Se rompió, y tiñó sus ojos de melancolía para siempre.

 

 

PRESENTE. NOCHE DE OSTARA 2023. SALUGRAL.

 

No es especialmente viejo, pero ya siente cómo le pesan los años. A su alrededor gente a al que apenas conoce, con algunas excepciones. Fiesta, celebración, danzas, retos más o menos amistosos… Como antaño. Pero sólo a su alrededor. Nada de esa festividad y alegría penetra en su interior, cerrado como una fortaleza a la espera de un asedio. Una fortaleza temible, dura, severa.

 

Se retira durante un lapso de tiempo que se le antoja corto. Necesita guía. Le gustaría decir que no es algo frecuente, pero lo cierto es que él se encuentra tan perdido como los que danzan. Tan necesitado de ayuda, apoyo, ánimo y fuerzas renovadas. El Salugral le da algo de todo ello, afortunadamente, lo suficiente para no necesitar un rito específico ni la ayuda de un Theurge. Da un tirón con la mano de algo que reposa en el interior de su capa, y varias plumas de cuervo caen al suelo, en principio de manera azarosa, aunque en un patrón demasiado perfecto para ser casual. Caen a la tierra húmeda y verde, que brilla incluso en la oscuridad de la noche cerrada. Visto a suficiente altura, ese patrón forma una runa. Similar a la que designa la palabra “cuervo”. 

 

 

El graznido de los cuervos se ha convertido en algo habitual para todos ellos. Incluso cuando no hay graznido realmente, lo escuchan. Resuena en su interior, en su espíritu. Quizás en la Umbra si hay graznido. Quizás han terminado de volverse locos finalmente. De hecho… si fuese esto segundo, tendría sentido lo que hacen. Un paramilitar rumano sobrepasado por las experiencias brutales, una niña demasiado conocida en el mundo entero que refleja la oscuridad como un crisol de tonos pastel, una gitana ciega que ve el otro lado y canta para olvidar heridas antiguas, y una loba que se ve forzada a caminar entre monos, que ha empezado a dudar de lo que es natural y lo que no… Cuatro locos guiados por una bandada de grajos. Y ¿qué hace un loco bien asesorado? Ir al psicólogo.

 

Durante días y noches de esforzado trabajo, recopilan información, proveniente de todas partes. Rumores, trapos sucios, bases de datos a las que no deberían tener acceso, incluso el susurro del viento nocturno al otro lado de la Celosía. No pueden depender salvo de sí mismos, pues el Rito del Ostracismo orbita a su alrededor, como un recordatorio permanente. No hay marcas visibles, no hay ningún efecto sobrenatural que les atemorice, tan sólo esa sensación triste y dolorosa, de que todos vuelven la mirada a otro lado. Todos excepto una persona, el juez. Garra Vengativa les observa en silencio. A veces a las claras, otras oculto, siempre vigilante.

 

 

Los lobos y sus parientes se reunían al otro lado. En su mundo. Conscientes de la presencia de aquellos espíritus, pero siempre en parte ajenos al mundo etéreo. No podían evitarlo. Vivir entre dos mundos tiene esas cosas. Planeaban. Se preparaban. Sabían que era inminente la confrontación con aquella temible perdición, que se hacía llamar Madre.

-Madre no hay más que una…- murmuraba el gran Macho Lanú, quizás como una forma de iniciar la conversación -…No está bien que se arrogue ese nombre.

-Pronto estará resuelto- tronó la voz del Entiznáu –Vendrá a nosotros y la destruiremos. Somos poderosos- su voz no podía sino llamar la atención. Aquellos espíritus no la escuchaban realmente, era algo más bien intrínseco a lo que representaban. Cualquier ser de carne y hueso habría sentido cómo sus tímpanos se pulverizaban en el acto, sin embargo.

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