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La herencia de un loco


Mi nombre es… realmente mi nombre no tiene ninguna importancia.

 

Soy descendiente de una familia con influencia que salvó durante la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial muchas obras de arte, poniendo en riesgo su vida para que la humanidad pudiera, en un futuro, disfrutar de la creatividad humana en su máximo exponente.

 

Debido a este hecho, debido a la bendición y a la maldición de pertenecer a esta familia, he tenido que aprender a distinguir una obra de arte legítima de una copia excelente, aunque nunca me ha gustado mucho el arte. Creo que es algo sobrevalorado, pero permite mover cantidades ingentes de dinero.

 

Una vez explicada mi situación, expongo lo que vengo a exponer para no malgastar su tiempo, sea lo que sea que valga.

 

Hace cosa de 6 meses, debido a la muerte de mi abuelo paterno que Dios tenga recogido en su Gloria, fue necesario hacer inventario de varios de los almacenes que dejó en herencia. Como es lógico, la familia consanguínea nos encargamos de supervisar dichos inventarios y yo fui destinada a uno de estos almacenes situado en las afueras. La dirección no creo que sea relevante.

 

Tal y como me esperaba, encontré algunas obras inéditas o que se creían destruidas durante los conflictos bélicos indicados con anterioridad y algunas otras más antiguas, como alguna cruz que databa de la Primera Guerra Mundial. Todas ellas eran obras que podrían reportar un beneficio económico inconmensurable a la familia, pero fue una especie de diario lo que realmente me llamó la atención…

 

Parece que fue escrito por una especie de loco historiador que intentó recopilar las maldades del innombrable. Hablaba de vender el alma a… bueno, ya sabes a quién. Lo empecé a estudiar, pero decidí no seguir leyendo por miedo a que la información pudiera ser veraz en un tomo tan demoníaco como ese, en el que se mostraban blasfemias que no voy a transmitir literalmente, pero que indicaban que existía más de un ser maligno… ¡e incluso se atrevía a decir cuáles eran sus nombres!

 

Visto lo visto, decidí discutirlo con el resto de la familia y llegamos a la conclusión en que lo mejor era avisar al Vaticano y al propio Papa que estudiaran este objeto o lo destruyeran.

 

Un par de días más tarde, recibimos un email del Vaticano indicando que el padre Judas de la Cierva se pondría en contacto con nosotros para tratar tan espinoso asunto. Y esa misma tarde se presentó ante nosotros. Varón moreno, de unos treinta y pocos o treinta y cinco, de complexión media y de unos ojos oscuros que parecían no tener fin. Recuerdo haber hablado de su nombre, que creo recordarle diciendo que era debido a Judas Tadeo, y de lo joven que era para ser un enviado del Vaticano en cuestiones de estudio de escritos blasfemos y demoníacos. Nos contó una pequeña historia en la que nos decía cómo, cuando era más joven, escuchó la voz de Nuestro Señor y eso le hizo encaminar su vida hacia el estudio meticuloso de los mensajes divinos para evitar que los buenos samaritanos pudiéramos caer en el mal camino, mediante indicaciones del maligno.

 

Al ver el escrito con detenimiento, pareció sorprenderse en varios puntos. Le preguntamos qué le había llamado la atención y nos habló de que ciertos datos y nombres que allí aparecían y que necesitaba contrastar con ciertos escritos en el Vaticano. En pocos minutos, estaba recogiendo sus cosas y el diario, y volviendo supuestamente al Vaticano…

 

Antes de la marcha del padre Judas de la Cierva, nos indicó que tendríamos notificación del Vaticano con la información que pudiera ofrecernos.

 

Tres días más tarde, recibimos la visita de una mujer rubia, de unos cuarenta años, vestida con traje de chaqueta beige y un semblante ligeramente adusto. Se presentó como Isabel de la Cierva, consejera enviada del mismísimo Papa.

 

Pensamos que la rápida contestación del Vaticano mediante la hermana mayor del padre Judas no auguraba nada bueno… y así fue, pero era peor de lo que esperábamos.

 

Isabel de la Cierva era la verdadera enviada del Vaticano, por lo que habíamos dejado que se llevara el diario un impostor enemigo del propio Papa de Roma y de la Humanidad. Isabel empezó a enfadarse, poniendo una expresión adusta y agarrándose el  brazo por detrás de la espalda y sólo dándole la información que teníamos de él conseguimos apaciguarla un poco. Relajó su postura y empezó a jugar con su pelo mientras asimilaba el relato que le ofrecíamos. Dijo en voz alta que se ocuparía de él de una vez por todas y cambió de tema hacia el contenido del diario.

 

Parecía un poco intrigada al principio, pero su expresión cambió totalmente durante una centésima de segundo a algo así como ansiedad y avidez por tener cada una de las frases, comas y espacios del diario. Esta expresión fue muy fugaz y volvió a pasar a su antigua apariencia intrigada, pero dejó de jugar con su pelo para volver a agarrarse el brazo por detrás de la espalda.

 

Tras contarle por tercera vez todo lo acontecido, y enunciar punto a punto lo que ponía en el diario, nos imploró, por nuestra seguridad, para que no diéramos esta información a nadie más. Mientras nos decía esto, pude ver ira y rencor en sus ojos, y el temor de perder mi vida y la de mi familia me caló hasta los huesos. Como si la mismísima dueña del infierno fuera, la imaginé en mi mente entre llamas y cenizas con esa mirada, que si llega a mantener unos segundos más, podría haber hecho incluso que mi corazón se parara en ese mismo momento.

 

 

Se marchó recordando que debíamos mantener nuestro secreto y que sólo se nos daba esta oportunidad debido a que nuestra familia siempre ha sido una aliada del Vaticano, y que sólo Dios sabe qué hubiera pasado si no nos tuvieran tanta estima los allegados al Papa.

 

Gracias a Dios, no hemos vuelto a ver a Isabel de la Cierva, ni hemos tenido más noticias del diario ni del supuesto “Padre”.

 

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